La pasión turca

¡Hola amigos! Ya es septiembre y Amanda Rina cumple su promesa de volver a este rincón de la web. Lo echaba de menos. Y os echaba de menos, claro.

La frase del día de hoy es "¿Qué tal tus vacaciones"?, acompañada de besos, abrazos, sonrisas como puñales. Como si la gente realmente estuviera contenta de volver a verse y de volver a este absurdo puesto de trabajo. Pero no voy a ser yo menos que los demás y también sonrío, pero poco. No me gusta la hipocresía.

De todas formas, yo he pasado uno de los mejores veranos de mi vida, de una manera casi inesperada. Parecía que iba a ser un típico agosto de Madrid, familia y playa barata, pero de repente unos amigos me propusieron un plan de estos a los que no se puede decir que no. "Oye, nos vamos a Estambul, ¿te vienes?". Lo pensé un poco, eché mano de los ahorros y para allí que nos fuimos, a descubrir la magia de Oriente.

Debo confesar que tenía mis reticencias, que me esperaba encontrar una caótica ciudad casi tercermundista, con calles de arena, camellos y alfombras voladoras. Pero no, he visto demasiadas películas de Indiana Jones. Estambul es una ciudad moderna, no es tan diferente a Occidente. Al menos, a simple vista, porque luego, cuando la vas conociendo, descubres que es especial. Este tópico publicitario de "un puente entre dos mundos" es cierto. Estambul es Europa, pero también es Asia. Los McDonalds y las tiendas de ropa comparten espacio con los vendedores ambulantes y las mezquitas.

Sólo han sido siete días, pero me han bastado para enamorarme de Turquía. Estoy deseando volver para descubrir más cosas de ese país. Y para volver a ir a un hamman, un baño turco. Si alguna vez vais por ahí, no tengáis miedo y probadlo. Es una experiencia relajante, como si cambiaras de piel.

Y hay turcos que están de muy buen ver. Como el Ricky Martin local, Tarkan. Me he comprado un par de discos suyos y no dejo de escucharlos.



Un beso, anónimo lector.