Me gustan mucho las películas de terror. Me las trago todas, desde las antiguas en blanco y negro hasta los bodrios actuales, pasando por las de serie B de los años sesenta. Entre los monstruos clásicos (Drácula, la Momia, Frankenstein...), mi preferido es el hombre lobo. Quizás me guste porque es un personaje con dos caras, un ser torturado por una maldición. Los vampiros, por ejemplo, son plenamente conscientes de lo que son; el hombre lobo, en cambio, es un hombre y un mostruo a la vez, y creo que eso le da una profundidad que otros personajes clásicos del cine de terror no tienen.
Sin embargo, mis preferidas son las historias de fantasmas. Películas como "Poltergeist", "Al final de la escalera", "El sexto sentido" o "The haunting" (la versión antigua, en blanco y negro, no la de la Zeta-Jones) me ponen los pelos de punta. Y aunque digo que no creo en fantasmas, espirítus ni seres del más allá, he de reconocer que, después de ver una película de estas, o de leer un libro del género, o de tener la típica conversación de sobremesa sobre "sucesos extraños", me cuesta mucho dormir.
Pero es curioso, en el fondo, me gusta pasar miedo en una sala de cine. Hace poco fui a ver "La morada del miedo", basado en el (falso) caso real de Amityville. La historia es un poco tópica, pero tiene buenos momentos. Además el protagonista, Ryan Reynolds, está de buen ver (y, por cierto, es el novio de Alanis Morissette).

Un beso, anónimo lector.